miércoles, 9 de julio de 2014

PERDIMOS

Hablando de objetos perdidos, no encuentro una cajita con clavos. Todos perdimos algo alguna vez. Perder es distanciarse de aquello que estuvo a nuestro alcance. Pero peor aún: es no saber su paradero. Deviene en culparse uno mismo de cierta distracción, de recapitular minuto a minuto sobre qué movimiento hicimos para que aquello desapareciera sin darnos cuenta. Lo extraviado no siempre tiene causas. Al menos no tiene más causas que consecuencias. Simplemente se va y desaparece. Se esfuma porque eligió que así sea, porque lo descuidamos o porque así tenía que serlo, tejemos razones muy idiotas para evitarnos culpas. En mi caso, los necesito para colgar un cuadro. Me mudé hace un año y el cuadro sigue en el piso.
Si pierdo un billete, luego de la bronca pienso: "Ojalá lo encuentre alguien que lo necesite." Perder las llaves de casa puede parecernos preocupante. El documento más. Quizás hasta demos cosas por perdidas simplemente porque hace mucho que no-las-vemos-en-ningún-lado pero quizás es porque no buscamos lo suficiente, porque la cosa existe. Tal vez quedó por ahí en el placard, o en el fondo de algún cajón. Y podemos pasarnos toda una tarde debatiendo, recordando y justificando pérdidas, inclusive humanas, asociándolas con el olvido y muchas veces recurrir a la frase Todo es por algo aunque eso sea una excusa facilista para los que no pueden encontrar las causas verdaderas o quienes no se animan a escuchar la verdad. Se trata de retener lo que es de uno, saber a dónde dejamos las cosas o las vimos por última vez. Trazar mapas, ocupar tiempo para lo que no lo tenemos. Ser obse es innecesario muchas veces. Cuando se convive con otra persona, solemos encontrar cosas donde no las dejamos, movidas de su lugar, o justamente, es la causa del extravío. Pero eso, es otro tema.
Cuando era niña, jugábamos a perder cosas en la pileta. Era divertido. A ver quién encontraba primero la piedrita en el fondo del agua. Plop, tomar aire, bajar, ganar. Una sucesión repetida de competencias. Colitas de pelo, anillos, monedas. Lo poníamos en juego porque sabíamos que lo íbamos a encontrar. Nos hundíamos tomando el aire que creíamos necesario, el agua se alborotaba, tanteábamos una y otra vez el fondo de la pileta y cuando obteníamos el objeto festejábamos levantándolo sobre nuestras cabezas. "No valeee. Hiciste trampaaaa!”. La defensa de los necios. Al bajar la luz del día, aparecían nuestros monstruos imaginarios. La pileta transformada en una aceituna morada nos daba miedo. La luz ya no hacía aparecer la forma irregular de los objetos extraviados. Entonces, a pesar de que el agua ya estaba detenida y perfecta para encontrar aquello en el fondo, la oscuridad nos paralizaba y dejábamos de jugar. Pero en la infancia podíamos inventar un nuevo juego y seguir divirtiéndonos fuera de la pileta. El día siguiente era de verdad otro nuevo día.
Perder no lo vivimos hoy como un juego. Pienso que el objeto perdido sí se nos va de las manos por algo y nos sentimos culposos, pecamos de autoexigentes. Está cayendo la luz del día. Estamos siendo víctimas del tiempo, o del espacio. Presos de nuestra propia distracción. Es una alarma que se prende para alertarnos de que algo no está funcionando correctamente. O simplemente vamos líquidos por la vida a lo Bauman, demasiado livianitos. ¿Perdemos cosas porque sabemos soltar? ¿Porque aquello no era tan importante? ¿Porque no hacemos lo suficiente para que se quede cerca? ¿Solo por descuidos? No sé, podríamos pasarnos una tarde entera pensando qué perdimos y por qué. Podría relacionarlo con el Mundial, pero no tengo ganas. Lo interesante, es que no sé por qué perdí esos clavos, cuándo los voy a volver a encontrar. Lo necesario, es reinvertarme como cuando niña. Ver cómo poder salir de la pileta, y crear un juego nuevo. En el sacrificio están los frutos, alguna vez dijo mi papá. Quizás nunca fue un juego, ni siquiera ahora que ya no soy una niña. Tal vez no tenga que ser ese clavo, ni el martillo, esta pared vacía, o este cuadro. Quizás no tenga que encontrarlos nunca. Quizás haya que esperar a que aparezca, o que llegue a mi sin buscar, ser paciente y esperar. O apresurarme a desafiar al tiempo, cuando se haga de noche, las aguas se detengan, cuando el miedo paralice, cuando todo sea mucho más difícil de concretar. 

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