Caminó por unos minutos con distancia marcando un territorio que él creía suyo. Solíamos mentirnos con los silencios que se deslizaban por debajo de nuestros pies haciendo agua y que nos hundían a cada paso. Creíamos en eso líquido sin nombre. Los dragones desde las paredes lanzaban llamas y tornasoles, ese mundo con el que yo a veces soñaba. De a ratos, me bajaba del dragón para contarle de mi viaje, que te extrañé, que podemos estar juntos, que nada del fuego nos había matado. Me mostraba los dientes estirando la boca. Aquél día, dijo algo que nunca logré recordar y que no tenía que ver con mi mundo. Salimos del museo cuando ya era tarde para hablar de nosotros. Ya en la esquina, el viento gris se disipaba erosionando las paredes de las casas y cayendo en la oscuridad de las baldosas. Él cortó con un filo helado nuestra ronda inconclusa, dibujando un compromiso en el aire. Con un gesto breve, le di a entender que ya la vida no nos estaba dejando más llamas por prender, y me alejé. Deseé tener un dragón cerca para escaparme un rato, volar, luchar con espadas y dientes, pero una noche fría fue apretándome el pecho ese domingo camino a casa. Me busqué en el piso firme, conté cada baldosa, y me desvanecí en otros brazos ni bien se evaporó el agua que nos había ahogado aquél invierno.
Analía (Julio- 2010)
Chau ani, qué pluma! Te felicito, como siempre. Beso grande
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