lunes, 4 de junio de 2012

PEOPLE ARE STRANGE


Ella debe ir a tomarse el 133. Le gusta esa esquina porque tiene una saliente en la pared y puede sentarse a esperar. Además, hay balcones lindos con plantitas y esculturas de mampostería sobre casas de medio siglo. La mirada sigue cada movimiento: el que con pasitos cortos cruza la calle, la concheta que habla por celular a milpalabrasporhora al son de sus pulseras, el niño que vuelve silvando de la escuela inclinado hacia adelante con su mochila a cuestas, el empresario dentro de su BM y los taxistas, ambos en su especie ignorando por igual la senda peatonal.
En esa esquina le aparecen los resabios de un miedo infundado que le incomoda. A pesar de estar rodeada de vida y desplazamientos, ella siente que algo se derrumba. Y no son los angelitos de cemento que se caen de los muros de la casa elegante. El rumbo le da la espalda. Todos se mueven hacia un destino, menos ella. Étel imagina al niño saboreando una milanesa con su madre, al tipo apurado cogiéndose en minutos reloj a su mujer, al empresario sacando una billetera abultada y comprándole una joya a su amante, el taxista entablando un debate K con un pasajero y tocando bocina, la mujer con su novia tocándose y pasándose la lengua con frenesí. Entre las historias, no estaba la de Étel. Sí la paranoia suya de salir y regresar a la misma soledad, y como dijo su madre alguna vez: El vacío del hogar es causa de muerte. Ella no quiere morir. Menos sola. Menos en un cajón con terciopelo rojo, con un vestido horrible y todos examinándola con lástima como una pieza de museo ajada. No me miren idiotas. ¿Ahora aparecen? Ya no los necesito.
Se refugia en la saliente de la esquina que, de alguna forma, la sostiene. Piensa, nunca tuvo un sostén. Nadie la tomó de la mano para acompañarla. El último roce de manos lo tuvo al darle monedas a un abrepuertas. Y se chupó después ese dedo con regocijo como si fuera un manjar egipcio. Se acordaba de las chicas y chicos que conoció en su vida. Las chicas fueron mucho más suaves en la cama. Ellos no comprendían su vergüenza al desvestirse. Es que ella era feroz en sus fantasías, y se lo guardaba. Etelvina, por qué fuiste tan haciaadentro. Sacá el gato, animate, mujer, me decían. Y cuando abría los ojos, ya todo había pasado y ella descubría la mitad de la cama vacía, se iba a buscar un taxi a la calle vestida de noche, con la entrepierna húmeda todavía, directo a meterse en la ducha con Jim de fondo imaginando su melena. Luego dormir hasta la noche siguiente.
People are strange when you're a stranger. Faces look ugly when you're alone.
Empieza a sentir un escalofrío y piensa en una muerte ridícula. Y ella sin roce, sin novio, siquiera planes para esa noche. El colectivo seguiría de largo y la atropellaría en el medio de la calle. Alguna de las plantitas del balcón caería sobre su cabeza. Alguien le robaría la cartera y al resistirse, le clavarían un cuchillo. Algún degenerado la arrastraría del brazo hacia un lugar oscuro y luego de violarla varias veces, la dejaría tirada donde nadie la encuentre (ni siquiera nadie la buscaría).
Y es entonces en el medio de ese recurrente monólogo interior cuando levanta la vista y ve aparecer el 133. Étel se reincorpora abandonando su sostén y sube. Al tomarse del pasamanos, roza una falanje de un señor con sombrero quien la mira con curiosidad. Con un desparpajo único, ella se lleva el dedo a la boca y saborea el gusto a perfume. Piensa: En absoluto. No me importaría morir.

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