Hablando de objetos perdidos, no
encuentro una cajita con clavos. Todos perdimos algo alguna vez.
Perder es distanciarse de aquello que estuvo a nuestro alcance. Pero peor aún:
es no saber su paradero. Deviene en culparse uno mismo de cierta distracción, de
recapitular minuto a minuto sobre qué movimiento hicimos para que aquello
desapareciera sin darnos cuenta. Lo extraviado no siempre tiene causas. Al
menos no tiene más causas que consecuencias. Simplemente se va y desaparece. Se
esfuma porque eligió que así sea, porque lo descuidamos o porque así tenía que serlo, tejemos razones muy idiotas para evitarnos culpas. En mi
caso, los necesito para colgar un cuadro. Me mudé hace un año y el cuadro sigue en el piso.
Si pierdo un billete, luego de la bronca pienso: "Ojalá lo encuentre alguien que lo necesite." Perder las llaves de casa puede parecernos preocupante. El documento más. Quizás hasta demos cosas por perdidas simplemente porque hace mucho que no-las-vemos-en-ningún-lado pero quizás es porque no buscamos lo suficiente, porque la cosa existe. Tal vez quedó por ahí en el placard, o en el fondo de algún cajón. Y podemos pasarnos toda una tarde debatiendo, recordando y justificando pérdidas, inclusive humanas, asociándolas con el olvido y muchas veces recurrir a la frase Todo es por algo aunque eso sea una excusa facilista para los que no pueden encontrar las causas verdaderas o quienes no se animan a escuchar la verdad. Se trata de retener lo que es de uno, saber a dónde dejamos las cosas o las vimos por última vez. Trazar mapas, ocupar tiempo para lo que no lo tenemos. Ser obse es innecesario muchas veces. Cuando se convive con otra persona, solemos encontrar cosas donde no las dejamos, movidas de su lugar, o justamente, es la causa del extravío. Pero eso, es otro tema.
Si pierdo un billete, luego de la bronca pienso: "Ojalá lo encuentre alguien que lo necesite." Perder las llaves de casa puede parecernos preocupante. El documento más. Quizás hasta demos cosas por perdidas simplemente porque hace mucho que no-las-vemos-en-ningún-lado pero quizás es porque no buscamos lo suficiente, porque la cosa existe. Tal vez quedó por ahí en el placard, o en el fondo de algún cajón. Y podemos pasarnos toda una tarde debatiendo, recordando y justificando pérdidas, inclusive humanas, asociándolas con el olvido y muchas veces recurrir a la frase Todo es por algo aunque eso sea una excusa facilista para los que no pueden encontrar las causas verdaderas o quienes no se animan a escuchar la verdad. Se trata de retener lo que es de uno, saber a dónde dejamos las cosas o las vimos por última vez. Trazar mapas, ocupar tiempo para lo que no lo tenemos. Ser obse es innecesario muchas veces. Cuando se convive con otra persona, solemos encontrar cosas donde no las dejamos, movidas de su lugar, o justamente, es la causa del extravío. Pero eso, es otro tema.
Cuando era niña, jugábamos a perder cosas en la pileta. Era
divertido. A ver quién encontraba primero la piedrita en el fondo del agua. Plop, tomar aire, bajar, ganar. Una
sucesión repetida de competencias. Colitas de pelo, anillos, monedas. Lo
poníamos en juego porque sabíamos que lo íbamos a encontrar. Nos hundíamos
tomando el aire que creíamos necesario, el agua se alborotaba, tanteábamos una
y otra vez el fondo de la pileta y cuando obteníamos el objeto festejábamos levantándolo sobre nuestras cabezas. "No valeee. Hiciste
trampaaaa!”. La defensa de los necios. Al bajar la luz del día, aparecían
nuestros monstruos imaginarios. La pileta transformada en una aceituna morada
nos daba miedo. La luz ya no hacía aparecer la forma irregular de los objetos extraviados. Entonces, a
pesar de que el agua ya estaba detenida y perfecta para encontrar aquello en el
fondo, la oscuridad nos paralizaba y dejábamos de jugar. Pero en la infancia
podíamos inventar un nuevo juego y seguir divirtiéndonos fuera de la pileta. El
día siguiente era de verdad otro nuevo día.
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