Ese día le
tocó levantarse el pelo, en una hebilla grande que se veía más grande en su
fino cabello, desteñido. Se puso a bailar, sinuosamente, sin salirse del marco
del espejo. Descubrió su escote pronunciado y suspiró. Esta vez sería distinto.
Roberto en su entrepierna, jugando
al peligroso oficio de hacer una crónica de un fortuito placer anunciado. Ya
venía el gemido. Más placer. Otra vez el cielo nublado, desde la almohada, el
mirador, mientras él se seguía moviendo insistente, gracioso, ridículo. Esta
habitación está llena de humedad.
Daban la novela de las cuatro, y la Barbie se volvía a enamorar
del rubio de ojos de plástico, que traía un ramo de flores en la mano derecha. ¿Cuántas
veces uno puede enamorarse? Mi sexo no
era mío, ya no, cada tarde, debajo de mi guardapolvo. Sí, hoy pienso… guardapolvo se llamaba…
La colonia de saldo en el cuello de
Carlos, se convertía en el cumplido más desagradable llegada las siete. Las
manos en la cintura fuera de línea. Ella y su enorme trasero meneándose a los
pies de la cama. El decía que lo hacía feliz, o lo fingía muy bien. Sabía
desviar los ojos en los momentos justos y mirar fijo hacia donde le gustaba. El
cuadro ajado de una mujer abrazando sus carnosas piernas blancas seguía inmóvil
sobre el respaldar de hierro opaco, remarcando una estática deliciosa y
adversa.
Pero ella sabía que en su pelo ese
adorno de carey se veía grande pero de una exacta proporción con sus pechos y
caderas. Y ella sentía que resucitaba en el espejo, en múltiples imágenes.
Tercera persona, segunda, última, quién sabe. Nadie lo sabe. El patio, el perro
Felipe, las escondidas, las rodillas lastimadas, patines, las muñecas con
vestidos lujosos, los primeros poemas, guardado todo junto en un cajón. No hay
lugar ya para el olvido ¿Sería condenada al infierno por crecer y decidir?
¿Adónde está Dios? ¿Por qué mamá y papá van a misa? ¿Eso es amor? La
alfombra de la pieza cubierta con osos y figuritas, a veces es como si
estuviera ahí de nuevo, pero salía corriendo, quería escapar. ¿Miedo a crecer?
-
Posiblemente, haya que destrabar algo ahí, Carla. Un
dolorcito inconsciente que no deja avanzar. ¿Tenés pensado que puede ser? A
ver, veamos… Contame de…
El carisma de Bruno. Su dulzura. La
camisa a rayas y billetera abultada. Hola Bruno, que bueno verte de nuevo,
bebé. ¿Querés un completito? Mirá que hoy estoy con muchas ganas... Como
pequeños pétalos las uñas rojas se asomaban por entre sus cabellos
ensortijados. La FM
se intervenía de a ratos con otras radios y voces desconocidas. Él tenía esa
forma de tocar fantásticamente suave, y le gustaba llamarla como su mujer. ¿Eso
era amor? Su mano algo húmeda, por la espalda fofa, y sus dedos ejerciendo
presión sobre los glúteos. Luego, desataba el cinto del guardapolvo. Se leía
afuera NO MOLESTAR. Los libros seguían ahí, sobre la alfombra, papá seguía ahí,
en la cama. Mirándolo en el medio de un temblor inextricable una niña, morocha
con una enorme hebilla, se veía más enorme en el recuerdo lleno de colores y peluches.
Bruno olía los cabellos, con olor a otros hombres, y se movía debajo, con
alevosía, palpando de una mujer la indecisión entre continuar o salir corriendo
del paradójico papel que le impuso la vida. Alguien llora detrás de las
paredes. El cuadro se mantiene quieto y la mujer mira. Tiene los ojos de La Gioconda. Creo que
son idénticos a los de ella. Basta Papá, por favor.
- Ahí está el punto de angustia que
buscamos, la figura paterna ¿Me podés contar un poco más de cuando eras chica?
¿Cómo era la relación con tus padres?
Bruno, movete dale,
no te vayas, bebé, dale, me gusta, ahí. ¡Sos bueno! Más. Soy toda tuya, pero
rápido, tocame, y andate. Robame todo. ¡Ay qué lindo, papi! Estoy creciendo,
¿me ves? Mirame. ¿Y mi inocencia? Las muñecas me gustan. Las muñecas atadas.
Ahora me quedo con el rubio de plástico, es el más generoso, no me importan las
flores. Me gusta esta pieza, pero hay que pintarla y sacarle la humedad.
Estuviste increíble, lindo. Hoy dejá, no me des nada. Sólo uno de esos
cigarrillos que vos fumás.
A.L. (2008)
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