lunes, 6 de febrero de 2017

Inmortales

Hay una distancia
obvia
entre ser
y aparecer.
No estamos solos.
Somos solos
de nacimiento.
Ocurrió aquel asesinato,
el de la inocencia.
¿Dónde estará enterrada?
En el punto oscuro del océano.
En el lugar donde
las olas no se cansan
de desmarcar límites.
La soledad
es aquello

que nos hace inmortales.

AL, Enero 2017

martes, 16 de febrero de 2016

Espera

La plantita casi se me cae
del balcón.
Quería ver lo que se abría
ante mi, entre los árboles.

Todo se orquestaba. De gris a rosado.
Una bolsa, una carta.
La rueda del auto en el asfalto.
Nadie me enseñó a hablar de menos.
Ni a esperar adentro de casa.

Saludo a un barquito de papel
que se aleja de mí
por una línea de corriente
falsa.
Y se va, se va.

Allá los ojos del diablo.
Un bebé que duerme.
El llanto de un viejo.

Arrasan con lo poco
que queda en mi
esta noche.

Analía L.

lunes, 31 de agosto de 2015

El nudo

Fugaz desató 
del colgante el nudo
que desde Junio 
llevaba decorando mi balcón.

Un simple movimiento que en mi mano
iba a quedar torpe,
que no iba a coincidir
con la sutilidad del reloj.

Días en que
las hojas amarillas
van escribiendo postales,
y hay un nido creciendo
en el hueco del aire.

El olor a mandarina y
los vendedores ambulantes.
Las páginas del libro
en que no gana la furia.

Lo dejé ahí, al nudo, sobreviviendo
a las pasiones que nos desbordan.

Y el viento pasó, solito,
y desató la guirnalda.
Liberó las mariposas.

Todo pasó
hace segundos
en mi balcón.

martes, 10 de marzo de 2015

Desnudos

Este pasto recién cortado nos necesita echados ahí. Desnudos e infinitos. Mientras nuestros besos se llenan de mosquitos. 


Explosiones al sol

En el patio del vecino se escuchan explosiones. Alerta al vecindario. Los globos del cumpleaños de anoche van desapareciendo bajo el sol del mediodía.


miércoles, 1 de octubre de 2014

Bailemos

Hola. Bailemos. Seamos felices. Un rato. Un poco más. La vida sigue. Después. Las pausas llegarán solas. Sin que las tengamos que ir a buscar.

miércoles, 9 de julio de 2014

PERDIMOS

Hablando de objetos perdidos, no encuentro una cajita con clavos. Todos perdimos algo alguna vez. Perder es distanciarse de aquello que estuvo a nuestro alcance. Pero peor aún: es no saber su paradero. Deviene en culparse uno mismo de cierta distracción, de recapitular minuto a minuto sobre qué movimiento hicimos para que aquello desapareciera sin darnos cuenta. Lo extraviado no siempre tiene causas. Al menos no tiene más causas que consecuencias. Simplemente se va y desaparece. Se esfuma porque eligió que así sea, porque lo descuidamos o porque así tenía que serlo, tejemos razones muy idiotas para evitarnos culpas. En mi caso, los necesito para colgar un cuadro. Me mudé hace un año y el cuadro sigue en el piso.
Si pierdo un billete, luego de la bronca pienso: "Ojalá lo encuentre alguien que lo necesite." Perder las llaves de casa puede parecernos preocupante. El documento más. Quizás hasta demos cosas por perdidas simplemente porque hace mucho que no-las-vemos-en-ningún-lado pero quizás es porque no buscamos lo suficiente, porque la cosa existe. Tal vez quedó por ahí en el placard, o en el fondo de algún cajón. Y podemos pasarnos toda una tarde debatiendo, recordando y justificando pérdidas, inclusive humanas, asociándolas con el olvido y muchas veces recurrir a la frase Todo es por algo aunque eso sea una excusa facilista para los que no pueden encontrar las causas verdaderas o quienes no se animan a escuchar la verdad. Se trata de retener lo que es de uno, saber a dónde dejamos las cosas o las vimos por última vez. Trazar mapas, ocupar tiempo para lo que no lo tenemos. Ser obse es innecesario muchas veces. Cuando se convive con otra persona, solemos encontrar cosas donde no las dejamos, movidas de su lugar, o justamente, es la causa del extravío. Pero eso, es otro tema.
Cuando era niña, jugábamos a perder cosas en la pileta. Era divertido. A ver quién encontraba primero la piedrita en el fondo del agua. Plop, tomar aire, bajar, ganar. Una sucesión repetida de competencias. Colitas de pelo, anillos, monedas. Lo poníamos en juego porque sabíamos que lo íbamos a encontrar. Nos hundíamos tomando el aire que creíamos necesario, el agua se alborotaba, tanteábamos una y otra vez el fondo de la pileta y cuando obteníamos el objeto festejábamos levantándolo sobre nuestras cabezas. "No valeee. Hiciste trampaaaa!”. La defensa de los necios. Al bajar la luz del día, aparecían nuestros monstruos imaginarios. La pileta transformada en una aceituna morada nos daba miedo. La luz ya no hacía aparecer la forma irregular de los objetos extraviados. Entonces, a pesar de que el agua ya estaba detenida y perfecta para encontrar aquello en el fondo, la oscuridad nos paralizaba y dejábamos de jugar. Pero en la infancia podíamos inventar un nuevo juego y seguir divirtiéndonos fuera de la pileta. El día siguiente era de verdad otro nuevo día.
Perder no lo vivimos hoy como un juego. Pienso que el objeto perdido sí se nos va de las manos por algo y nos sentimos culposos, pecamos de autoexigentes. Está cayendo la luz del día. Estamos siendo víctimas del tiempo, o del espacio. Presos de nuestra propia distracción. Es una alarma que se prende para alertarnos de que algo no está funcionando correctamente. O simplemente vamos líquidos por la vida a lo Bauman, demasiado livianitos. ¿Perdemos cosas porque sabemos soltar? ¿Porque aquello no era tan importante? ¿Porque no hacemos lo suficiente para que se quede cerca? ¿Solo por descuidos? No sé, podríamos pasarnos una tarde entera pensando qué perdimos y por qué. Podría relacionarlo con el Mundial, pero no tengo ganas. Lo interesante, es que no sé por qué perdí esos clavos, cuándo los voy a volver a encontrar. Lo necesario, es reinvertarme como cuando niña. Ver cómo poder salir de la pileta, y crear un juego nuevo. En el sacrificio están los frutos, alguna vez dijo mi papá. Quizás nunca fue un juego, ni siquiera ahora que ya no soy una niña. Tal vez no tenga que ser ese clavo, ni el martillo, esta pared vacía, o este cuadro. Quizás no tenga que encontrarlos nunca. Quizás haya que esperar a que aparezca, o que llegue a mi sin buscar, ser paciente y esperar. O apresurarme a desafiar al tiempo, cuando se haga de noche, las aguas se detengan, cuando el miedo paralice, cuando todo sea mucho más difícil de concretar. 

martes, 24 de junio de 2014

No moriré hoy.

No moriré hoy. Hay dos maneras de saberme viva. 

Una es aceptar que no habrá dos toallas colgadas en el baño. Las marcas en la almohada serán mías. El sabor de los platos. Las mañas. Ganaré tiempo encontrando los libros. La sal. Las biromes. Llenaré los espacios de la casa con todos los cacharros de la vida. Me despertaré sin reloj. Me dormiré sin saludar. Quizás me compre un pasaje. Aprenda a irme o a volver.
La otra es asumir que no sabré más detalles de los que me contaste esa tarde. Qué remera estás estrenando. Quién te acaricia el pelo.

Es interesante cómo la memoria desglosa las cosas a su medida. Conservamos los tonos de voz y no la risa. Los olores pero no los silencios.

El recuerdo por omisión promete que las cosas dolerán menos, aunque sea una mentira piadosa.

miércoles, 18 de junio de 2014

DECESOS

 Cuando algo se sabe, se sabe. Aunque a muchos les falte calzarse el lente correcto.

Ellos adivinaban el movimiento constante, era un enemigo que le brindaba paz con cada huida. Al arrime y al rebote, un partidito con la histeria salada, a refrescarse del sol o del sexo, jugar a las escondidas con las carencias, tirar penales por whatapp.

En la salud como en la enfermedad. Hasta la muerte. Sabían muy bien cómo fingir amarse, no por la noche sino todo el tiempo. Inclusive en vacaciones. Iban deteniéndose, viendo esto y aquello, quizás lo mismo, y se besaban de a ratos con abrazos, descansando en alguna orilla, tapando algunas huellas y miedos. Mientras vibraba inquieto el celular silenciado en algún bolsillo.

El trabajo, la compu, los cables, las soluciones y las cuentas, el tono del teléfono y el tic tic del teclado. Somos obreros de la vida, constructores de nuestro deceso y esclavos de nuestras vacaciones. Siempre alguien ya lo dijo mejor: “El tiempo libre no existe”. Entonces el mar y la cerveza se convierten en pura espuma. Van de la mano pero peleados, espiando tapas de libros y escuchando churroooo churroooo en ecos disonantes mientras la arena les tapa los poros y las ganas, se mete en los bolsillos. Llegan de vuelta de vacaciones y sigue todo lleno de arena, de recuerdos y de finales de todos los colores.

Hasta que los caprichos de la edad nos separe, dijo alguna vez a su madre, aunque sabía que no era el amor de su vida. Pasaba tardes enteras con ese chico con el que discutía de música, el último tono del disco, hasta la pitada final de su cigarrillo en el que se perdía el hilo de la conversación. Comenzaban a balbucear lenguaje de simios y caían en las sábanas para mutar en dos cuerpos desnudos que comenzaban a enroscarse. A transpirar hasta los huesos, en el sitio en donde todo se desvanecía y volvía a nacer. Y así. Cada día. Vení, cogeme. Y así. Así.

Comenzaron a crecer, a ser mayores, de acuerdo al tiempo del corazón. Se hicieron más grandes sus miedos, las plantitas del fondo de la casa y los granos de arena. Y menos frecuentes el sexo, los regalitos, las vacaciones.

Por la noche, salían a comer pescados y reían con copas en la mano de temas intrascendentes. Con el pecho algo partido. Con el pan y alguna salsita. Quienes los conocieron, hubieran dicho que en esos momentos jamás pensaron en el regreso, en el aire que fluye, que entra y sale, la vuelta a la rutina de la ciudad y del smog del amor. La mesa era todo dientes blancos, la lengua jugando con la comida, el cuerpo procesando cosas, el fresco de la noche, los amaneceres callados, los billetes.

Todo cuerpo pasado fue mejor. El mar-histeria, se retraía cada vez que intentaban tocarlo y les enviaba animales horribles para que ella hecha una niña saltara saliendo del agua y él la rescatara. Y así. Así, jugaban sin contrincantes. Regresar es morir un poco, se nos va un pedacito de cada uno en el otro. Dejamos en el camino un descanso atroz. Ese tiempo no es de ellos ni de nadie, es del reloj. Y nadie les cree cuando dicen que la están pasando bárbaro y suben fotos relindas en Facebook.

Ella se recoge el pelo con un gancho y se perfuma, abriendo sus plumas ante un orangután de ojos azules que ya la conoce en cada uno de sus espasmos, inclusive los fingidos, y que hace chistes malos cuando no sabe qué decir o para remediar alguna inevitabilidad. Siempre que llovió me encontré con baldosas sueltas. Le dice.

Ella ríe y lo besa sin lengua.

Mejor pajarón en mano que galán volando, se miente. Y se van a cenar una paella. En la otra mesa un hombre de camisa le da de probar en la boca un cornalito a la gorda. A caballo regalado, no se le mira la montura. Comentan por lo bajo y muestran los dientes para morder con evidencia lo callado.

El teléfono vuelve a vibrar y él no responde. Ese brrr brrr en el bolsillo del pantalón era sumamente erotizante. Sabe quién es y la imagina masturbándose pensando en él. Y el vino es sangre y le tiñe su lengua. Hablan horas sobre política y sobre cine sin tener una puta idea de cámaras, directores, actores. Reivindico lo que pienso: Somos lo que comentamos en el ascensor, y lo que dejamos de comentar en la cena.

Ella siempre le gana al truco y a los dados. Ella es la que le lee en voz alta los titulares. Lo escucha y asiente, pero nunca compartirá con él sus verdaderas conclusiones sobre la humanidad, los hippies y los choros, porque piensa muy distinto. Él cree que ella lo escucha y locuaz, construye en su garganta pensamientos que tienen coherencia. Arma y desarma frases. Pregunta y se responde armando formas con sus pulgares en el mantel. Juega con la servilleta. Piensa: todo eso lo escribiré al llegar a casa. Ella lo olvidará por completo. Él crea para resistir. Resistir el cambio y la muerte, la falta de amor. Transgredir su propia vida. Viajar con los olores de la comida a todas y a ninguna parte. Él sueña con que los balcones hablarán con altura sobre lo que sucede abajo. Ella piensa que trae mala suerte pasar debajo de uno.

El sonido del cierre rodeando la ropa y las persianas alcanzando el tope del piso en la habitación ya vacía, son preludios del regreso. Una mudanza de muestras de shampoo y un firme malestar de pertenecer a otra parte -ni al mar, ni siquiera a las palabras prohibidas-, aunque se muera un poco del otro lado.


Que el calendario no venga con prisa. Cantan juntos en el auto. Y se toman de la mano, se acarician, se conectan a través de los acordes y de la cuerina del auto. Brillan de perfil con la luz que atraviesa el parabrisas, marcando la mitad de la cara, que es otra cosa que la mitad de la naranja. Es la mitad de nuestra vida, las suyas. La mitad del amor que uno atesora, para cuando esa mitad falte, al menos resignarse y quedarse con un poquito de vida para sí mismo. Guardado en los bolsillos. Hasta el comienzo del próximo partido.  

lunes, 24 de marzo de 2014

LOS OJOS DE LA GIOCONDA


Ese día le tocó levantarse el pelo, en una hebilla grande que se veía más grande en su fino cabello, desteñido. Se puso a bailar, sinuosamente, sin salirse del marco del espejo. Descubrió su escote pronunciado y suspiró. Esta vez sería distinto.
Roberto en su entrepierna, jugando al peligroso oficio de hacer una crónica de un fortuito placer anunciado. Ya venía el gemido. Más placer. Otra vez el cielo nublado, desde la almohada, el mirador, mientras él se seguía moviendo insistente, gracioso, ridículo. Esta habitación está llena de humedad.
Daban la novela de las cuatro, y la Barbie se volvía a enamorar del rubio de ojos de plástico, que traía un ramo de flores en la mano derecha. ¿Cuántas veces uno puede enamorarse?  Mi sexo no era mío, ya no, cada tarde, debajo de mi guardapolvo.  Sí, hoy pienso… guardapolvo se llamaba…
La colonia de saldo en el cuello de Carlos, se convertía en el cumplido más desagradable llegada las siete. Las manos en la cintura fuera de línea. Ella y su enorme trasero meneándose a los pies de la cama. El decía que lo hacía feliz, o lo fingía muy bien. Sabía desviar los ojos en los momentos justos y mirar fijo hacia donde le gustaba. El cuadro ajado de una mujer abrazando sus carnosas piernas blancas seguía inmóvil sobre el respaldar de hierro opaco, remarcando una estática deliciosa y adversa.
Pero ella sabía que en su pelo ese adorno de carey se veía grande pero de una exacta proporción con sus pechos y caderas. Y ella sentía que resucitaba en el espejo, en múltiples imágenes. Tercera persona, segunda, última, quién sabe. Nadie lo sabe. El patio, el perro Felipe, las escondidas, las rodillas lastimadas, patines, las muñecas con vestidos lujosos, los primeros poemas, guardado todo junto en un cajón. No hay lugar ya para el olvido ¿Sería condenada al infierno por crecer y decidir? ¿Adónde está Dios? ¿Por qué mamá y papá van a misa? ¿Eso es amor? La alfombra de la pieza cubierta con osos y figuritas, a veces es como si estuviera ahí de nuevo, pero salía corriendo, quería escapar. ¿Miedo a crecer?
 -           Posiblemente, haya que destrabar algo ahí, Carla. Un dolorcito inconsciente que no deja avanzar. ¿Tenés pensado que puede ser? A ver, veamos… Contame de…
El carisma de Bruno. Su dulzura. La camisa a rayas y billetera abultada. Hola Bruno, que bueno verte de nuevo, bebé. ¿Querés un completito? Mirá que hoy estoy con muchas ganas... Como pequeños pétalos las uñas rojas se asomaban por entre sus cabellos ensortijados. La FM se intervenía de a ratos con otras radios y voces desconocidas. Él tenía esa forma de tocar fantásticamente suave, y le gustaba llamarla como su mujer. ¿Eso era amor? Su mano algo húmeda, por la espalda fofa, y sus dedos ejerciendo presión sobre los glúteos. Luego, desataba el cinto del guardapolvo. Se leía afuera NO MOLESTAR. Los libros seguían ahí, sobre la alfombra, papá seguía ahí, en la cama. Mirándolo en el medio de un temblor inextricable una niña, morocha con una enorme hebilla, se veía más enorme en el recuerdo lleno de colores y peluches. Bruno olía los cabellos, con olor a otros hombres, y se movía debajo, con alevosía, palpando de una mujer la indecisión entre continuar o salir corriendo del paradójico papel que le impuso la vida. Alguien llora detrás de las paredes. El cuadro se mantiene quieto y la mujer mira. Tiene los ojos de La Gioconda. Creo que son idénticos a los de ella. Basta Papá, por favor.

- Ahí está el punto de angustia que buscamos, la figura paterna ¿Me podés contar un poco más de cuando eras chica? ¿Cómo era la relación con tus padres?


Bruno, movete dale, no te vayas, bebé, dale, me gusta, ahí. ¡Sos bueno! Más. Soy toda tuya, pero rápido, tocame, y andate. Robame todo. ¡Ay qué lindo, papi! Estoy creciendo, ¿me ves? Mirame. ¿Y mi inocencia? Las muñecas me gustan. Las muñecas atadas. Ahora me quedo con el rubio de plástico, es el más generoso, no me importan las flores. Me gusta esta pieza, pero hay que pintarla y sacarle la humedad. Estuviste increíble, lindo. Hoy dejá, no me des nada. Sólo uno de esos cigarrillos que vos fumás.

A.L. (2008)

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